Hace ya más de 10 diez años que navegue en la isla desde Puerto la cruz, mi ciudad de nacimiento, la mitad de mi vida la pase allá y la otra mitad la he pasado aquí, creo que las etapas más importantes de mi vida las he vivido aquí, en una isla maravillosa que se permite amar.
Cuando venia constantemente de vacaciones con mi mamá, recuerdo una margarita tan autóctona, tan pueblo si caer en la falta de respeto, tenía esa magia, la magia como la describe García Márquez en sus libros, que era casi de dioses venir a la isla o despertar un 25 de diciembre en la ciudad capital del estado Nueva Esparta, para ese entonces ya hace casi 15 años, la población aun estaba dividida entre margariteños y navegaos.
Eran más los margariteños porque aun se notaba que la ciudad era amada, no digo con esto que los navegaos no la quieran, aunque yo deseo irme locamente a la ciudad de la furia, margarita estará siempre en mí, me permitió disfrutar de las mejores discotecas, de caminar a las 4 de la mañana por sus calles, de gozar de las playas con mis amigos sin que mi madre tuviera la necesidad de llamarme cada 5 minutos por los ataques de nervios que mi hermosa caracas sembraron en ella.
Esta es más que clara, mi opinión; mi vida está en margarita, he dicho claramente y a todo volumen que amo esta isla, amo sus cerros, y lo que he descubierto en ella, amo a su gente. Pero desde que los navegaos han llegado para quedarse, y no se han fijado en esa belleza, y buscan solo su estabilidad económica y prosperar en las aéreas de su preferencia, se ha perdido la magia que hacía que margarita fuese considerada la perla del Caribe.
Se ha perdido la verdadera margariteñeidad, increíblemente y a mi corta edad he descubierto una forma de odiar a esta isla y a su gente, e incluso ha salido de mi propia boca la oración ‘’pero es que aquí nada está abierto sino hasta las nueve de la mañana’’, lo sé , yo misma lo he dicho. Pero aunque esta gente, estos margariteños abran sus locales hasta las nueve de la mañana, no pierden esa bondad y ese tratar, que los navegaos le están arrebatando.
Yo he sido testigo de la bondad de muchos margariteños de buena sepa, algunos con postgrados, otros que llevan toda su vida luchando por su negocio y algunos que apenas están comenzando, conozco políticos, ex alcaldes, concejales, periodistas, maestras, profesores, conozco hasta banqueros e ingenieros, en los que he encontrado al verdadero margariteño.
A ese margariteño que aun plasman en una novela o en un comercial, yo lo he conocido, y debo decir que es una persona genial. No será de la ciudad y hablara 10 idiomas, o trabajara en un gran periódico, pero es ese el margariteño puro, y el navegao’ que se siente margariteño que de verdad necesitamos, el que a pesar de extrañar tanto su ciudad aun ame a su isla y sea parte de ella.
Para poder convertir a Margarita en lo que fue, es necesario bajar las cadenas, si así como en nuestro himno. Bajar las cadenas y empezar a aceptar la isla que tanto nos ha dado y a su gente tal y como es, la fundación de esta vida debe estar llena de respeto.
Aun nos quedan muchos pan de año, mucha agua salada, y bastante sardinas y guacucos por disfrutar, quizá hasta lucir una perlita, con un vestidito blanco que le compres a un turco en Porlamar.